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Jennyffer Soto

En este blog suelo escribir sobre la gestión de entidades de salud y cómo garantizar servicios de calidad en el ámbito sanitario. Sin embargo, hoy me permito hacer una pausa en esos temas para hablar de algo que me toca muy de cerca como madre: la superdotación. Aunque este artículo puede resonar especialmente entre padres de familia, invito también a los profesionales de la salud a que lo lean con atención.

¿Por qué? Porque comprender las altas capacidades no solo puede cambiar la forma en que vemos a estos niños, sino también la manera en que los acompañamos y apoyamos como médicos, psicólogos o especialistas. Los niños con altas capacidades tienen necesidades emocionales, sociales y educativas que muchas veces no son evidentes, pero que, de ser ignoradas, pueden impactar profundamente su bienestar.

El caso de mi hija me enseñó que no basta con identificar a un niño con superdotación; es fundamental reconocer sus necesidades, crear un entorno que fomente su desarrollo y, sobre todo, garantizar su derecho a esforzarse. Así como en el ámbito de la salud buscamos personalizar los tratamientos para garantizar los mejores resultados, la educación y el acompañamiento de los niños con altas capacidades requieren un enfoque igual de especializado y sensible.

A continuación, comparto mi experiencia personal como madre de una niña con superdotación. Espero que encuentres en estas palabras un motivo para reflexionar, ya sea como padre, como profesional de la salud o simplemente como alguien que puede marcar una diferencia en la vida de un niño extraordinario.

Descubrir que mi hija era superdotada fue un regalo y un reto en partes iguales. Desde el principio, su curiosidad y forma de entender el mundo nos mostraron que su aprendizaje seguía un ritmo y profundidad distintos. Sin embargo, no estábamos preparados para lo que significaría esta diferencia en su vida, en la dinámica familiar y, especialmente, en el sistema educativo.

Criar a una niña con superdotación puede ser tan desafiante como maravilloso. Mi hija enfrentaba tareas demasiado fáciles en la escuela, no se sentía cómoda con el grupo de compañeros que le asignaron, lo que generaba desinterés y desmotivación. Sus profesores solían elogiarla por su rapidez, pero este reconocimiento no era suficiente. Pronto me di cuenta de que mi hija, como muchos niños con altas capacidades, estaba siendo privada de algo esencial: el derecho a esforzarse y a aprender algo nuevo cada día.

Esta situación no es rara. Como explica la psicóloga Carol Dweck, cuando los niños son continuamente recompensados por tareas que ya dominan, pueden desarrollar la falsa creencia de que esforzarse significa no ser capaz. Para mi hija, esto se traducía en miedo al fracaso y resistencia a enfrentar desafíos. Nos dimos cuenta de que, más allá de sus habilidades, era crucial enseñarle el valor del esfuerzo y la perseverancia.

Fue un proceso difícil y sigue siendo. En la escuela costó que comprendieran sus necesidades; así que decidimos buscar una opción que respete sus necesidades. El plan de estudios estándar, diseñado para niños con un rendimiento promedio, no consideraba que ella avanzaba a un ritmo diferente. Con mucho diálogo y paciencia en su nueva escuela logramos que el sistema educativo responda y fue promovida a la división 2 donde se permitía más autonomía y personalización con su plan de aprendizaje. Finalmente, con el respaldo del Ministerio de Educación de Ecuador, mi hija tuvo un salto escolar (adelantamiento), algo que marcó un antes y un después en su desarrollo.

Ecuador es uno de los pocos países en Latinoamérica que cuenta con una normativa específica para las altas capacidades y  superdotación. Este marco legal permitió que la escuela no solo reconociera sus necesidades, sino que implementara un plan educativo que le ofreciera retos a la medida de su potencial. Este apoyo no solo benefició a mi hija, sino que demostró que, cuando el sistema educativo responde de manera adecuada, los resultados pueden ser transformadores y por ello estaremos siempre agradecidos con su escuela actual.

Además, aprendimos algo esencial: la superdotación no garantiza el éxito. Como padres, debemos trabajar para desmitificar esta idea y evitar que nuestros hijos carguen con la presión de “tener que triunfar”. Ellos necesitan desafíos adecuados, un entorno emocionalmente seguro y la oportunidad de disfrutar el aprendizaje.

Hoy, mi hija entiende que su valor no reside en las calificaciones ni en la rapidez con la que resuelve un problema. Lo importante es su capacidad de esforzarse, de superar retos y de aprender algo nuevo cada día. Este viaje también transformó a nuestra familia, ayudándonos a ser más empáticos y a valorar la importancia del crecimiento constante.

Si sospechas que tu hijo puede tener altas capacidades o superdotación, quiero invitarte a dar el primer paso: busca apoyo, evalúa sus necesidades y rodéate de personas que entiendan esta realidad. Unirte a una de las comunidades de padres de niños con altas capacidades y superdotación puede marcar una gran diferencia. Para compartir experiencias, apoyarnos mutuamente y, sobre todo, garantizar que nuestros hijos reciban las oportunidades que necesitan para desarrollarse plenamente.

Todos los niños tienen derecho a esforzarse, a enfrentar desafíos y a aprender algo nuevo cada día. La superdotación no es un destino, es el comienzo de un viaje único. Como padres, tenemos el poder de hacer que ese viaje sea significativo, lleno de aprendizajes y, sobre todo, de felicidad.

Porque aprender no es un privilegio; es un derecho. Y juntos podemos asegurarnos de que se respete. 

No puedo cerrar este texto sin agradecer a las personas que me han acompañado en este camino y lo siguen haciendo. A las mujeres extraordinarias (Gladys, Sandra, Lili, Silvia, Rosario, Daniela, María Emilia, Ale, Titi y Vero) que, desde sus diferentes roles como madres, amigas, maestras y psicólogas, compartieron su sabiduría y apoyo en este proceso y fueron fundamentales para que hoy mi hija se sienta más feliz. Por supuesto, a mi esposo Diego, quien es mi mayor aliado, equilibrio y esa pieza clave que mantiene todo en marcha, gracias por creer, como yo, en nuestra hija y respetar sus necesidades.

Y a ti, Leonela, gracias por ser quien eres. Por enseñarme cada día, con tu curiosidad, forma única de ver el mundo y valentía para enfrentar retos, que eres una inspiración constante. Este viaje es tuyo, y yo me siento halagada de caminarlo a tu lado.

Jennyffer Soto

Consultora en gestión estratégica y calidad en el sector salud

Estoy comprometida con transformar la atención en salud para que beneficie tanto a profesionales como a pacientes. Acompaño a profesionales de la salud en la creación, rentabilidad y posicionamiento de sus negocios, ayudándolos a construir marcas sólidas y centradas en el bienestar del paciente, mientras optimizan sus operaciones para brindar una atención más humana y efectiva.

Como máster en dirección de empresas y gestión sanitaria, especialista en productividad, costos y calidad, y con certificaciones en copywriting, Scrum, design thinking y salud ocupacional, mi experiencia se centra en impulsar una salud ética, accesible y empoderadora. 

Desde 2007, he liderado la gestión de entidades de salud y actualmente soy CEO de SALUS Consultora®

También fundé ADN Club, una comunidad de membresía para profesionales de la salud comprometidos con la excelencia, y creé un programa de mentorías que apoya a emprendedores sanitarios a crear negocios sostenibles y centrados en el paciente desde cero.

Mi enfoque incluye brindar apoyo a pacientes, promoviendo una atención donde ellos sean escuchados, informados y empoderados para tomar decisiones. Soy también autora de  Salud con Calidad, un libro que aborda cómo mejorar la experiencia del paciente y la eficiencia en la atención de salud.